Los mantecados Felipe II, además de estar buenísimos, tienen detrás una poderosísima herramienta de marketing.
Tanto en su envoltorio como en su página web se pueden leer afirmaciones como que “es el primero y más antiguo mantecado de España, registrado en la oficina de patentes y marcas del Ministerio de Industria, Comercio y Turismo” o “que se presenta, ya en los albores del siglo XX, a la Exposición Internacional de Madrid de 1903 donde alcanza el preciado premio de la Medalla de Oro”.
En su página se llega afirmar incluso que “el origen de esta joya única de la confitería española se remonta posiblemente a los tiempos de la Reconquista, antes del descubrimiento de las Américas en el año 1492”.
¿Qué hay de cierto en estas afirmaciones? La realidad es que desde la confitería Blancanieves Tejedor de Vitoria, fabricantes del dulce, no se da apenas información sobre la historia real de los que son, a buen seguro, uno de los polvorones más famosos de España. Quizás porque no se quiere reconocer que la historia pretérita del dulce nada tiene que ver con la de sus actuales propietarios, que compraron la marca a los hijos del repostero bilbaíno Fidel Díez hace cuatro décadas.
Pero ni siquiera los herederos de Díez tenían la receta original de los polvorones Escorial a los que hacen referencia los actuales fabricantes de los Felipe II.
Esta es su verdadera historia.
El primer polvorón andaluz en el norte
Aunque hoy concebimos los polvorones como un dulce “de toda la vida”, casi nada en gastronomía tiene demasiado tiempo. Y desde luego, no hay ninguna prueba de que hubiera mantecados en tiempos de Felipe II y menos aún antes del descubrimiento de América. Las afirmaciones del envoltorio de 'Los mantecados del rey' tienen el rigor histórico de un mercado medieval del siglo XXI.
La primera receta conocida de mantecados data de mediados del siglo XVIII y se localiza en Estepa, municipio sevillano colindante con la provincia de Málaga y, concretamente, Antequera, el otro epicentro histórico del polvorón español.
Y es en Sevilla donde el creador de los bilbaínos polvorones Escorial, Domingo Díez, aprendió la receta que comenzó a elaborar a principios del siglo XX en el obrador familiar, en 1902.
Nos cuenta la historia su nieta, Elena Somoza Díez. Su abuelo, Domingo, era el mayor de los dos hermanos que, a finales del siglo XIX, emigraron del pequeño pueblo de Vallejimeno (Burgos) a la capital de Vizcaya.
Allí montaron una tienda de ultramarinos que, como cuenta Somoza, no debía ir muy bien. Y, buscando diversificar, Domingo se fue a Sevilla a aprender repostería. Al volver a Bilbao, Domingo y Fidel comenzaron a preparar los polvorones Escorial, pero no está claro que fueran los que, en 1903, ganaron la medalla de oro en la Exposición Internacional de Madrid.
En realidad, como explica la periodista y especialista en historia de la gastronomía Ana Vega, la marca original, registrada en noviembre de 1900 por el sevillano Juan Álvarez, mezclaba Escorial y Felipe II y debió venderse a varios fabricantes en las décadas posteriores.
No queda claro si Domingo copió la marca, con o sin permiso (existen unos mantecados Escorial registrados también en 1916 en Sevilla), pero sí que el negocio entre los dos hermanos duró poco. Las fechas bailan, pero antes de 1910 ambos hermanos se pelearon, nadie sabe bien por qué. Domingo se quedó en la antigua tienda de ultramarinos, ubicada en el que es hoy el número 1 de la Plaza de Pedro Eguillor (por entonces, Rodríguez Arias, 9).
“Allí estuvo hasta que murió en el 1957, que es cuando yo tenía un año”, explica Somoza. “Mi madre siguió con el comercio, ‘La casa de los polvorones’. Era muy conocido. Cuando mi abuelo hacía el polvorón y echaba esencia de canela para aromatizarlos olía todo el barrio. En el 1975 derribaron el edificio y ahora es un banco”.
Por su parte, Fidel, montó otro negocio en Bilbao, en la calle Hurtado de Amézaga número 36 donde comenzó a elaborar los mantecados Felipe II. Fue Fidel el que, como nos cuenta Vega, consiguió los derechos de Felipe II oficialmente en 1918 para explotar la marca, pero solo “en las provincias de Álava, Vizcaya, Guipúzcoa, Navarra, Logroño, Soria, Segovia, Valladolid, Palencia, Burgos, Santander, Oviedo, Lugo y Coruña”.
Los hijos de Fidel, José y Fidel, continuaron fabricando los polvorones Felipe II, pero, al jubilarse, vendieron la marca y su receta a la confitería Blancanieves Tejedor, en Vitoria, que los fabrica desde entonces. En una entrevista con El País –en la sección de Deportes, por ser uno de los más veteranos socios del Athletic de Bilbao– José Díez confesó que quedaron decepcionados con los nuevos dueños de la patente, pues quiso ir con la familia a visitar la fábrica con motivo de su 100 cumpleaños y no le dejaron.
Los Felipe II, aunque buenos, insiste Somoza, no se parecen en nada a los polvorones Escorial de Domingo: “Yo tengo la fórmula de mi abuelo que morirá con nosotros, pero no tiene nada que ver con la de Felipe II”.
Lo extraordinario de todo este asunto es que los mantecados originales Escorial, aunque con cuentagotas, se siguen fabricando.
Así son los auténticos mantecados Escorial
Tras cerrar La Casa del Polvorón, los mantecados Escorial desaparecieron de la faz de la tierra. “Yo seguí con mi vida, no me preocupé de ningún dulce, pero cuando murió mi madre encontré la fórmula del polvorón y decidimos hacerlo nosotros”, explica Somoza.
Como cuenta la bilbaína, ya jubilado, su abuelo seguía haciendo polvorones para los amigos y sus antiguos clientes, una tradición que decidió recuperar: “Tengo todavía los papeles donde él envolvía los polvorones. Intenté que me lo hicieran en una imprenta, pero ese papel manila, exactamente ese, no existe. Lo hacemos con papel normal de seda. Ahí en el papel ese es donde venían todos los premios hasta la fecha en la que se separaron”.
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Somoza ha enviado a la redacción de DAP una caja de los polvorones que, actualmente, solo elabora para su cuadrilla de Bilbao. Los ingredientes exactos los desconocemos y Somoza prefiere mantenerlos en secreto, pero es un polvorón con un toque de canela y trocitos crujientes de almendra tostada, más similar a los típicos de Antequera o Estepa, que nada tienen que ver con los Felipe II. Ambos son extraordinarios, pero no se parecen en absoluto.
“La fórmula y la marca se la habrán vendido a estos señores de Vitoria que deben pensar que se han inventado el negocio”, concluye Somoza. “Son las historias que la gente se monta para su marketing personal, pero los auténticos mantecados son los de mi abuelo”.
Este artículo ha sido actualizado con los datos aportados con Ana Vega, que arrojaban detalles que no coincidían exactamente con la primera versión del mismo.
Imágenes | Cortesía de Elena Somoza Díez
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