Filadelfia, Philly para los amigos, es la ciudad más grande del estado de Pensilvania, y destaca por su importancia histórica vinculada a la formación de Estados Unidos como nación independiente. Y también es célebre por su comida, mezcla de muchas influencias culturales, aunque no precisamente ligera.
Bien conocido es el Philadelphia cheesesteak, un bocadillo de carne de ternera y abundante queso fundido que representa muy bien los gustos predilectos de los lugareños, particularmente entre los más jóvenes. Comida callejera, street food del más gocho, con bocadillos y sándwiches suculentos, pizzas, masas enrolladas, grandes pretzels y sus propias creaciones como el Texas Tommy -una suerte de perrito caliente- o los gigantescos hoagies.
Son muchos los locales repartidos por la ciudad que ofrecen sus especialidades para tomar in situ pero aún más para llevar, con ciertos nombres tan conocidos que suelen formarse largas colas a diario solo para llevarse una pizza o uno de los generosos bocadillos recién hechos.
Compiten con ellos los numerosos foodtrucks que recorren las calles y puntos estratégicos de Filadelfia, siendo la opción preferida de muchos trabajadores durante el día para buscar un almuerzo rápido, también muy atraídos por turistas en busca de la auténtica experiencia al estilo philly.
Y al caer el sol, los estómagos que rugen hambrientos son los de los grupos más de amigos más jóvenes -y no tan jóvenes- que buscan coger energías para afrontar la noche, o que necesitan recargarlas tras una velada de ocio y fiesta más o menos regada por alcohol. En esos momentos no hay ligerezas que valgan.
Todo un Frankenstein culinario
El invento que nos ocupa nació una noche, mejor dicho, una madrugada, cuando, tras horas de fiesta, dos amigos pusieron rumbo a la única calle de la zona donde sabían a ciencia cierta que habría algo abierto para calmar su inmenso apetito.
Así, Jeff Barg y Adam Gordon se dirigieron a South Street, una de las arterias principales de la ciudad y muy conocida por su oferta de ocio, restaurantes y locales de todo tipo. Pero a esas horas la oferta hostelera se reduce, lo que facilita también la elección del ágape para reponer el organismo antes del merecido descanso después de una velada de agitada actividad.
Pero Barg y Gordon aún tenían ganas de diversión y tuvieron una ocurrencia que pasaría a la historia de la ciudad. Un desafío en el que simplemente se retaron entre ellos, pero que no tardarían en imitar otros valientes, viralizándolo antes incluso de que supiéramos que era la comida viral.
Lo llamaron el Lorenzo's-Jim's Challenge, el 'desafío Lorenzo's-Jim's,' en honor de los dos locales que implica aceptar la misión. El procedimiento es simple: adquirir una porción jumbo -gigante- de pizza de queso de Lorenzo's y rápidamente correr al local de Jim's Steaks, donde se debe pedir un cheesesteak completo. Y empieza el juego.
El objetivo es combinar ambas delicatessen para formar una especie de taco pantagruélico, usando la enorme porción de pizza como si fuera la tortilla, para envolver por completo el bocadillo, pan incluido, por supuesto. A partir de ahí, cada aventurero puede devorarlo como buenamente pueda.
Es crucial la rapidez de movimientos para que la pizza llegue caliente, con el queso fundido y la masa tierna, para poder envolver bien el bocadillo. Algunas variantes que también se admiten en el reto es sustituir el cheesesteak por un hoagie, que incluye en el relleno lechuga y tomate, lo que lo aproxima más al concepto de taco.
Con el tiempo se han explorado otras formas de montaje, colocando el bocadillo atravesando la porción de pizza, para que esta pueda enrollar mejor el pan y formar una especie de saladito o rollito de salchicha, con los extremos del bocata saliendo -al estilo del popular aperitivo pigs in a blanket-.
Jeff Barg habló del invento en la columna que escribía entonces en el periódico Philadelphia Weekly, como si ya fuese algo normal que hacían los filadelfinos como parte de la cultura urbana local. Y el caso es que tuvo una gran repercusión, pues no tardaron en surgir seguidores animados por el reto y la curiosidad malsana por probar lo que a todas luces no parece una buena idea.
Ya han pasado casi once años desde aquella noche y el Philly Taco sigue vivo en las calles de Filadelfia, convertido en una especialidad de dudoso gusto que muchos turistas se atreven también a probar. Y ahora que las gochadas más infames se viralizan a la velocidad del rayo, parece vivir una nueva vida, como podemos comprobar con una búsqueda rápida por Instagram.
No todo el mundo aprecia la popularidad de este invento, visto con algo de desprecio como una modernez absurda más que solo puede terminar provocando una indigestión. En The Philadelphia Inquirer, por ejemplo, lo han definido como “un turducken para borrachos y fumetas”.
El turducken es otra aberración culinaria compuesta de un pavo relleno con un pato entero, a su vez relleno con un pollo pequeño, todos deshuesados. Eso sí, este frankenstein de carne se considera una especialidad de gran tradición; quizá el mismo derecho tiene el Philly Taco para existir.
Al menos, mientras haya estómagos fuertes capaces de asumir su digestión.
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