Parece un contrasentido, pero las grasas 'light' existen. El problema es que, para sorpresa de nadie, esconden una letra pequeña o truco que juega con las expectativas del incauto consumidor.
La voz inglesa light está tan asimilada en nuestro lenguaje cotidiano que incluso aparece como entrada en el diccionario de la RAE, con tres definiciones, estando las dos primeras ligadas a la propia legislación de consumo. La inicial es la que nos interesa: es un adjetivo que se aplica a una bebida o alimento elaborado con menos calorías de las habituales.
El auge de lo light llegó a apoderarse del mercado español en la década de 1990, aunque su popularidad ya venía de atrás desde, cómo no, Estados Unidos. Ahora el gran villano es el azúcar y los hidratos en general, pero durante décadas fueron las grasas el enemigo público número uno, al menos si querías adelgazar, lucir un cuerpo esbelto y cuidar tu salud.
Hoy sabemos que aquello fue un error y que, pese a que es cierto que hay que cuidar el consumo de grasas -sobre todo saturadas y, muy particularmente, las trans-, son un nutriente esencial para el organismo. Pero aquella moda derivó en una eclosión de productos de alimentación y bebidas con menos lípidos: 0% grasa, bajo en grasas, ligeros y light. Este término anglosajón se vinculó inicialmente a productos internacionales, especialmente bebidas y ultraprocesados.
Los refrescos no tienen, normalmente, nada de grasa; las versiones light son sin azúcar -o con una baja cantidad de azúcares añadidos- para reducir o anular sus calorías. ¿Y qué pasa con las grasas light? Miguel Ángel Lurueña, en su último libro 'Del ultramarinos al supermercado' (Destino, 2023), lo explica.
Las grasas light no son grasas. Es así de simple.
En busca de un sustituto de la grasa que tuviera menos calorías se recurrió a sustancias que aportaran el mismo sabor y una textura similar, y dos fueron las grandes triunfadoras en la industria, olestra y aceite de parafina, que no son realmente grasas.
La olestra es un aditivo alimentario formado por sacarosa unida a ácidos grasos, una unión que el organismo humano es incapaz de romper, por lo que no lo absorbe y así pasa por nuestro cuerpo sin aportarnos calorías.
El aceite de parafina todavía se ve en algunos comercios como parte del llamado aceite o aliño hipocalórico, que se suele vender como medicamento y no como un producto de alimentación, formado por un 80 % de aceite de parafina y un 20 % de aceite de oliva. El de parafina es un aceite mineral derivado del petróleo que, de nuevo, el organismo no puede absorber. Si se calienta puede producir sustancias tóxicas, por lo que no sirve para cocinar.
Como advierte Lurueña, estas pretendidas grasas light tienen efectos adversos, además del mencionado de la parafina, que solo se puede consumir en crudo. Puesto que el organismo no las absorbe, a menudo provocan diarreas y dificultan la absorción de vitaminas liposolubles esenciales. Y su consumo puede provocar una mala dieta favoreciendo la ingesta de alimentos insanos, como fritos ultraprocesados.
Conviene evitar estas mal llamadas grasas light que son totalmente innecesarias, que no solo no ayudan a adelgazar ni a estar más sanos, sino que pueden provocar el efecto contrario. Es preferible equilibrar el consumo de grasas a nuestras necesidades particulares eligiendo siempre las más saludables, como los frutos secos, la yema de huevo, el aceite de oliva virgen y el pescado azul.
Y ante cualquier duda, siempre es recomendable consultar a un dietista-nutricionista profesional.
Del ultramarinos al hipermercado: Un recorrido por los sabores, recuerdos y costumbres de toda una generación (Imago Mundi)
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