El más chulo del corral: ese es el auténtico pollo de raza pota blava (pata azul) que vive en el área metropolitana de Barcelona y lo hace con gran éxito y solvencia a juzgar por lo aclamada que es su carne.
Este pollo se diferencia por unas patas azuladas (de color azul pizarra) que dan nombre a la raza y también por una cresta roja inconfundible, aparte de de unas plumas de un color castaño oscuro muy llamativo que tiene tintes rojizos, sobre todo en el cuello y en la espalda. Este gallo cuenta también con unos ojos avellana y un pico oscuro.
En concreto, esta raza es la protagonista de la Indicación Geográfica Protegida (IGP) homónima y que presume de dar lugar a un manjar de gran calidad, carne fina y melosa, de sabor intenso, sabor persistente en boca y con un ligero aroma a frutos secos, todo ello gracias a una alimentación particular.
Según subraya la IGP, esta raza “evoca los pollos de antes, bien criados y naturales”, con una carne rica en proteína y con poco contenido en grasas. Su reputación ha crecido al albor de los avicultores y payeses que recuperaron esta raza mediterránea y la han conservado pese a la competencia del gran consumo.
Este pollo crece en la comarca del Baix Llobregat, vecina de Barcelona, y se reivindica como el mejor pollo que uno puede encontrar en estas latitudes, con tintes tradicionales.
El Prat es su epicentro dada la abundancia de ejemplares (y la calidad) de los pollos de esta zona que han hecho que desde hace muchos años se asociara el nombre de la raza al de la ciudad. No en vano la IGP nació hace casi 40 años y fue reconocida por la Generalitat en 1987.
Uno de los hitos de esta raza es el hecho de haber sobrevivido sin sufrir cruces con otras estirpes híbridas. Todos los pollos del mundo proceden del sudeste asiático, donde vive la que se conoce como Gallina Salvaje Roja de la Jungla (gallus gallus).
Según relatan desde la IGP, a partir de la expansión de esta se han ido formando las diferentes variedades existentes a través de los siglos. Esta gallina se empezó a domesticar en China y en el sudeste asiático hacia el 3.400 antes de Cristo, pasando después a la India y al norte de Europa durante el Neolítico, hasta ser introducida por los griegos en toda la cuenca mediterránea.
“Desde tiempos ancestrales, en el Delta del río Llobregat ha existido un tipo de gallina rústica, mediterránea, que a finales del siglo XIX fue seleccionada y mejorada espontáneamente por los campesinos y primeros avicultores”, explican. Con el tiempo, quedaron fijadas las características propias de esta raza, que han dado lugar a la variedad autóctona.
El inicio: la Granja Avícola Prat
Fue Rosa Álvarez quien llegó a la población en 1925 y se casó con Josep Colominas, quienes se dedicaron a criar esta especie aplicando los avances más modernos, con un gran éxito en su negocio que dio lugar a la creación de la Granja Avícola Prat.
En esta explotación, los huevos se escogían de entre los que las gallinas producían en el segundo año, en una rigurosa selección y con un mínimo de peso de 65 gramos por huevo.
Estos se disponían en incubadoras equipadas con calefacción y ventilación, lo que permitía mantener la temperatura constante, aparte de girarse los huevos regularmente, iniciando una cría de lo más selecta.
Sin embargo, con una treintena de gallineros a pleno rendimiento, los elevados costes de producción y la creciente competencia de las especies híbridas, más baratas en el mercado y cada vez más introducidas en las granjas industriales, causaron una fuerte caída en la producción de razas tradicionales.
Todo ello provocó una gran decadencia a finales de los años cincuenta que afectó a la granja, afectada también por la muerte de Colominas y por el sonido de los reactores de los aviones del cercano aeropuerto, que estresaban a las gallinas provocando que no pusieran huevos.
Rosa Álvarez abandonó la explotación y regresó con su familia, pero siguió batallando para recuperar la raza pota blava en alianza con otros industriales, lo que finalmente consiguió en 1975 con un proyecto municipal.
Alimentación selecta
Para dar lugar a esta aclamada carne, los pollos y capones de El Prat están alimentados con un pienso con un porcentaje mínimo del 65% de cereales. Frente a modelos de ganadería intensiva, la duración mínima de la crianza de estas aves es de 90 días.
Además, los pollos y capones de esta IGP se tienen que criar de forma tradicional y al aire libre en explotaciones ubicadas en los términos municipales muy concretos.
Esto es, en las poblaciones de Castelldefels, Cornellà de Llobregat, El Prat de Llobregat, Gavà, Sant Boi de Llobregat, Sant Climent de Llobregat, Sant Feliu de Llobregat, Viladecans y Santa Coloma de Cervelló.
En cuanto a su comercialización, los canales de venta de esta ave son los frescos, refrigerados y categorías A. Como es habitual en las IGP, cada ejemplar se vende con una etiqueta que lo diferencia del resto y lo identifica.
En esta etiqueta el consumidor puede ver claramente la edad de sacrificio, la fecha de caducidad, el tipo de alimentación y un número de identificación, entre otros parámetros diferentes.
Como no puede ser de otro modo, este pollo es la base para una gran cantidad de recetas monotemáticas y también otras donde el pollo pasa de actor secundario a protagonista.
Este plato está presente por ejemplo en rollitos, rellenos de shawarma, confit con alcachofa y verduras, timbal de pollo asado, tournedó con esta ave y pan de cristal y lingote de pota blava con puré de boniato.
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El pota blava cobra una relevancia especial en el primer trimestre del año, junto a la alcachofa también de El Prat. Si en diciembre protagoniza la Feria Avícola Prat, a partir de enero empieza a enfilar su demanda aparejada a los ágapes de brasa y calçotades.
Fotos | Freepik/ El Pota Blava.
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