Muy cerca de la ciudad de Madrid, la provincia de Guadalajara se ha convertidos desde hace unos cuantos años, en uno de los grandes reclamos para los capitalinos a la hora de hacer sus pequeñas escapadas, otoñales e invernales.
En este caso hablamos de Atienza, un pueblo a un par de horas de Madrid, situado en la comarca de la serranía de Guadalajara. Además, en esta comarca también encontramos otras poblaciones muy relevantes a nivel turístico como la propia Sigüenza o Cogolludo.
Curiosamente, Atienza, a pesar de contar con apenas 350 habitantes censados, tiene rango de Villa. Una característica muy notable para un pueblo tan pequeño, cuya historia es inversamente proporcional a su población actual.
De gran relevancia estratégica durante la edad media (especialmente durante la reconquista), Atienza conserva un legado arquitectónico y patrimonial, muy interesante, como puede ser su castillo, parte de la muralla y una buena colección de iglesias, que son el testimonio mudo de la importancia que esta pequeña población guadalajareña tuvo hace casi mil años.
Tanto es así que incluso Atienza aparece en uno de los grandes poemas épicos de la literatura española, como es El Cantar del mío Cid. Ya que en él se menciona que incluso Rodrigo Díaz de Vivar el Cid se sorprendió de la apariencia fortificada del castillo de Atienza.
En la actualidad, el castillo de Atienza es visitable de manera libre, y en él todavía destacan varios elementos de la construcción original, de periodo musulmán, y que se caracteriza por la apariencia externa de un castillo, realmente muy fortificado, ya que se ubica sobre un pequeño peñasco, donde la torre de homenaje se yergue a lo largo de tres pisos. Lo curioso, aunque hoy no es visitable, es que había un entramado de pasadizos que conectaban el castillo con el pueblo a través de diversos túneles —ahora cegados— que permitían refugiarse en el castillo en caso de necesidad.
Con una gran relevancia eclesiástica, Atienza conserva varias iglesias como la Iglesia de Santa María del Rey, cercana al castillo, o, ya dentro del pueblo, la Iglesia de San Juan, con un sorprendente retablo barroco en su interior. No menos relevante es la Iglesia de San-Gil, en cuyo interior se encuentra el Museo de Arte Sacro de la localidad, lo cual sigue demostrando el poderío histórico que la villa de Atienza tuvo. No menos relevante es la Iglesia de la Trinidad, que también alberga dos museos, el Museo de la Santísima Trinidad y el Museo de la Cofradía de La Caballada.
Muy bien conservado el pueblo en su conjunto, la realidad de Atienza es que fue declarado monumento histórico artístico nacional ya en el año 1962. Hito muy poco frecuente para pueblos tan pequeños de nuestra geografía que hablan a las claras del maravilloso patrimonio que conserva Atienza, donde también es relevante remarcar la presencia del doble lienzo de muralla que protegía el pueblo y donde encontramos la singular puerta arrebata capas. Su nombre, mitad, leyenda, mitad realidad, bien, dado por la supuesta corriente que se genera debajo de este arco, y que haría que cualquier capa puesta acabase cayéndose.
Además, junto a toda esta arquitectura eclesiástica y militar, Atienza, también conserva algunas plazas muy relevantes a la hora de visitar. Una de ellas es la Plaza del Ayuntamiento, construida en el siglo XVIII y que mantiene esa originalidad disposición típica de las plazas castellanas del periodo borbónico. Por otra parte, también también está la Plaza del Trigo, que actuaba como mercado de abastos al aire libre.
Por último, no menos relevante en todo el viaje a Atienza es prestar atención a una de sus grandes tradiciones: La Caballada. Esta fiesta conmemora el rescate del rey Alfonso VIII de Castilla en 1162 cuando aún era un niño, evitando que su tío Fernando II de León se apoderase del trono castellano debido a la minoría de edad de Alfonso.
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Durante el asedio a Atienza, una cofradía de arrieros pidió permiso para realizar una salida en romería a una ermita cercana. El despiste fue utilizado para sacar a Alfonso VIII de Atienza y trasladarlo a Ávila para garantizar la independencia del trono. Convertida en fiesta popular desde 1692, la fiesta se celebra todos los años en Pentecostés, lo cual se celebra 50 días después de Pascua.
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