Con permiso de los callos, el bocata de calamares es unas de las pocas invenciones realmente genuinas de la gastronomía madrileña.
Debido la influencia andaluza, en la capital siempre gustaron las frituras, y el calamar fue durante mucho tiempo uno de los productos del mar más asequibles.
Hoy ya no lo es tanto, y es por ello que en la mayoría de bares sirven anillas de pota congelada que dan al traste con lo que debería ser este bocadillo.
Pero, si tienes antojo de esta delicia, nada mejor que hacerlo en casa con un buen calamar fresco, bien frito. La preparación es pan comido: solo debes limpiar bien los calamares, cortarlos en anillas, pasarlos por una mezcla de harina de trigo y garbanzos y freírlos en aceite caliente hasta que estén dorados.
Luego solo necesitas un buen pan de barra y, si quieres, un poco de mayonesa, salsa picante o limón para disfrutar de una cena de lujo.
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Si os apetece explorar variaciones, el bocadillo de calamares se puede completar con un poco de lechuga, unos pimientos fritos o, incluso, tomate. Estos añadidos no son nada canónicos, pero le van de lujo.
La regla número 37 de las tabernas madrileñas manda acompañar el bocadillo de calamares con un doble bien tirado, aunque tampoco le va a ir mal un vino blanco.
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